The university centre at the Devoto federal prison in Buenos Aires. ©Private.

"ENTRAR EN UN AULA ERA COMO SALIR DE LA CÁRCEL": LOS PROGRAMAS DE EDUCACIÓN QUE TRANSFORMAN COMUNIDADES

La población carcelaria está aumentando en todo el mundo. Mientras algunos gobiernos afirman que el encarcelamiento es la herramienta más eficaz para abordar la delincuencia, analistas afirman que el encarcelamiento por sí solo sólo alimenta el ciclo de la violencia y que la educación ayuda a transformar las sociedades. Aquí algunos de los proyectos más innovadores, y las personas que están detrás de ellos.

Texto: Josefina Salomón / Fotos: Patricio A. Cabezas

Diego Cepeda, de 38 años, nunca había pensado en ir a la universidad, y mucho menos en ser abogado. Una tarde, mientras terminaba el bachillerato en la única prisión federal de la ciudad de Buenos Aires en Argentina, miró por la ventana hacia un patio donde un grupo de otras personas privadas de libertad jugaba al fútbol. Practicaban durante dos horas todos los días.

“Quiero estar allí”, se dijo.

“Allí” era el Centro Universitario Devoto -el CUD, como lo llaman todos-, el primer programa de educación superior en una cárcel de Argentina, y uno de los primeros de América Latina.

Mientras cumplen sus condenas, los reclusos pueden estudiar y obtener títulos en economía, psicología, filosofía y letras, sociología y derecho, además de participar en talleres, conferencias y seminarios. Profesores de la Universidad de Buenos Aires, la mayor institución educativa pública de Argentina, imparten los cursos, pero son los estudiantes quienes se encargan del programa y del espacio: reclutan a posibles alumnos, limpian, preparan las comidas y organizan eventos con invitados “de fuera”.

Cepeda, quien ya había pasado tiempo en otras prisiones, fue trasladado a Devoto en 2008. Tenía 23 años. Vio en el CUD una oportunidad para desarrollar nuevas herramientas para la vida fuera de la cárcel. Empezó a asistir a talleres de informática, a ayudar en la cocina, a limpiar. Con el tiempo, se matriculó en Ciencias Exactas.

La idea era pasar el mayor tiempo posible fuera del pabellón donde vivía, uno de los más violentos de la prisión. Su principal objetivo era sobrevivir.

“Quería pasar todo el tiempo que podía en el CUD. Ahí hay eventos, entra gente de afuera con la que podés hablar, que trae nuevas ideas. Ahí se rompe la lógica del encierro, no deja de ser una cárcel, pero es diferente. Te saca de la realidad del día a día. Para mí era un cable a tierra”, dice Cepeda.

Para llegar al CUD hay que atravesar tres enormes puertas de rejas, dos detectores de metales y décadas de historia. Tras la última puerta, de barrotes gruesos de hierro negro, todo cambia. Los guardias, y la prisión, quedan atrás.

Las paredes del amplio pasillo principal están atiborradas de carteles que anuncian eventos, calendarios de cursos, consejos generales. Una carta manuscrita del Papa Francisco, escrita en 2023, cuelga al lado de la oficina principal. Cada una de las facultades que componen el CUD tiene sus propias aulas con mesas, sillas y pizarras. Hay una gran sala donde se celebran reuniones y actos.

Al final, un cartel con los nombres de las 50 personas que se han graduado desde que se inauguró la universidad en 1985, cuando un grupo de estudiantes negoció con profesores recién llegados del exilio al final de la dictadura más brutal de Argentina abrir la primera universidad gratuita dentro de una cárcel en Latinoamérica. Los reclusos reformaron, con su propio trabajo y dinero, lo que antes era un ala abandonada de la prisión. Fue un esfuerzo colectivo, “muy impresionante”, según recuerdan muchos años después.

El lugar es un abismo al lado del resto del complejo penitenciario, donde 1.541 personas sobreviven a la falta de espacio y a las malas condiciones edilicias, entre otros muchos problemas, según el último informe de la Procuración Penitenciaria de la Nación. El complejo, que fue un centro clandestino de detención y tortura durante la última dictadura militar argentina, entre 1976 y 1983, está situado en una de las zonas residenciales más ricas de Buenos Aires.

El Centro Universitario Devoto fue fundado en 1985 por un grupo de privados de la libertad y profesores de la Universidad de Buenos Aires.
Ofrece nueve carreras de grado, talleres y eventos. Cientos de privados de libertad participan del espacio y más de 50 personas se graduaron desde su inauguración.
Los estudiantes organizan todo desde el espacio, los cursos y negocian sus necesidades con las autoridades de la cárcel.
El lugar está a un abismo de distancia del resto del complejo carcelario, donde 1.541 personas sobreviven la falta de espacio y malas condiciones edilicias, entre muchos otros problemas.
Unas 50 personas egresaron del CUD desde su fundación en 1985, pero muchos meas de beneficiaron de la agenda de actividades.
Una oficina de asesoría legal coordinada por estudiantes de derecho funciona en el CUD.
Diego Cepeda se graduó de abogacía en el CUD en 2019, pocos meses antes de recuperar la libertad.
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Construir ciudadanía

Los programas de educación en prisión están ganando popularidad a medida que los países buscan formas alternativas de impartir una justicia en un contexto de aumento de la población carcelaria mundial.

En Argentina, por ejemplo, el número de personas encarceladas se cuadruplicó entre 1996 y 2022. La mayoría están en prisión preventiva, sin condena. Casi todos proceden de entornos marginalizados, con dificultades para acceder a la educación. El impacto del encarcelamiento es especialmente duro para las mujeres, que suelen ser cabeza de familia, y para las personas transexuales, que se enfrentan a formas de discriminación que se entrecruzan. La situación en Argentina es ilustrativa de lo que ocurre en las cárceles de toda Latinoamérica, y del mundo.

Quienes trabajan en proyectos de educación en cárceles afirman que el aprendizaje es una parte esencial de cualquier estrategia que pretenda avanzar en la justicia social y reducir la violencia.

Uno de ellas es Baz Dreisinger, periodista, escritora y fundadora de Incarcerations Nations Network (INN), una organización con presencia en una docena de países de todo el mundo que investiga, difunde y promueve iniciativas innovadoras de reforma penitenciaria y justicia.

Dreisinger lo ha visto todo. Desde programas de literatura y teatro en cárceles de mujeres de Tailandia hasta proyectos de justicia restaurativa entre víctimas del genocidio ruandés y sus agresores, pasando por la educación en centros de reclusión semiabiertos de Australia.

“Hay muchos programas en todo el mundo que me impresionan. Los de Justice Defenders en Kenia y Uganda, que ofrecen carreras de Derecho, por ejemplo, son revolucionarios porque capacitan a las personas encarceladas y a sus comunidades, que también acaban beneficiándose de estas nuevas aptitudes. En Estados Unidos también hay muy buenos ejemplos de programas que se rediseñaron con la idea de la reinserción, de ayudar a los presos a completar sus estudios cuando regresan a sus comunidades y así beneficiarlas también a ellas”, explica Dreisinger.

"Las prisiones destruyen el orgullo de una persona. Las cárceles aíslan y marginan a la gente aún más de lo que ya estaban. Entrar en una clase de Bard fue como salir de la cárcel, liberó mi mente y mi alma. Ser estudiante, y no preso, me hacía sentir orgulloso. Sentarme en esas aulas me conectaba con mis compañeros y con el mundo. La universidad es la antítesis de la cárcel”, Dyjuan Tatro, responsable de asuntos gubernamentales de la Bard Prison Initiative,

Dyjuan Tatro, responsable de asuntos gubernamentales de la Bard Prison Initiative, afirma que la educación en prisión en Estados Unidos, uno de los países con mayor índice de encarcelamiento del mundo, ayuda a las personas encarceladas a superar el racismo y la pobreza que las relegaron a las peores escuelas y las encaminaron hacia los peores resultados, incluyendo, en algunos casos, el encarcelamiento.

“La educación cambia radicalmente la trayectoria de una vida. Las personas que obtienen un título en prisión no sólo tienen uno de los índices de reincidencia más bajos, sino que, lo que es más importante, obtienen los mejores resultados tras su puesta en libertad”, explica.

Al igual que Cepeda en Argentina, Tatro afirma que poder estudiar mientras estaba en prisión le dio un gran objetivo por el que trabajar.

“Las prisiones destruyen el orgullo de una persona. Las cárceles aíslan y marginan a la gente aún más de lo que ya estaban. Entrar en una clase de Bard fue como salir de la cárcel, liberó mi mente y mi alma. Ser estudiante, y no preso, me hacía sentir  orgulloso. Sentarme en esas aulas me conectaba con mis compañeros y con el mundo. La universidad es la antítesis de la cárcel”.

Los programas más exitosos son los que tienden a ir más allá de los aspectos puramente académicos. Es lo que Ramiro Gual, investigador y profesor de Derecho en Argentina, que imparte clases en Devoto desde 2016, denomina “construcción de ciudadanía”.

“En Argentina, la gestión (de los programas de educación) queda en mano de los alumnos y ahí es donde generan un montón de capacidades, de saberes que les permiten, el día de mañana, armar su propio proyecto, su cooperativa, por ejemplo”, explica Gual. 

En Argentina, el CUD y el CUSAM, una universidad que funciona en la Unidad 48 de San Martín, en el Gran Buenos Aires, tienen centros de estudiantes que funcionan de forma independiente, con normas y elecciones de representantes que interceden ante las autoridades cuando los estudiantes tienen pedidos específicos. De este modo, los programas no sólo crean profesionales, sino también ciudadanos capaces de defender sus derechos y los de sus comunidades.

“La educación es una forma de liberación, de transformación,” dice Anayanci Fregoso Centeno, de la Universidad de Guadalajara en México, quien dicta clases en varios centros de detención. Dice que el principal desafío es asegurar que la educación que se ofrece dentro de las cárceles apunte a la emancipación.

“Hay que ofrecer algo que les ayude a tomar decisiones, a exigir derechos, pensar en la educación para construir pensamiento crítico. En México ese es un camino para la paz”.

“La educación es una forma de liberación, de transformación. Hay que ofrecer algo que les ayude a tomar decisiones, a exigir derechos, pensar en la educación para construir pensamiento crítico. En México ese es un camino para la paz", Anayaci Fregozo Centeno, de la Universidad de Guadalajara en México.

La vida después de la cárcel

Recuperar la libertad es un proceso complejo para la mayoría de las personas que pasan por la experiencia del encarcelamiento. Los Estados suelen prestar poco apoyo a quienes necesitan reencontrarse con sus familias y comunidades, o encontrar trabajo, lo que resulta especialmente difícil para las personas con antecedentes penales.

En Argentina, existe una agencia gubernamental que, en teoría, debería acompañar el proceso, ayudar a las personas que pasaron un tiempo privadas de libertad a encontrar trabajo y recuperar sus vínculos sociales. En la práctica, la falta de fondos y, en algunos casos, de voluntad política en un contexto de crisis económica, no ayuda.

Cuando, en 2016, Diego Cepeda empezó a considerar sus opciones y lo que vendría después del encierro, vio que los abogados que estudiaban en el CUD tenían más posibilidades de trabajar porque podían hacerlo de manera independiente, a pesar de tener antecedentes penales.

Ser estudiante de Derecho también le ayudó en el pabellón.

“Les fui sirviendo a los pibes del pabellón porque llevaba información. En el CUD podía consultar el Código Penal, hacer preguntas sobre sus casos, les servía como asesor”, explica.

Al estudiar derecho, pudo manejar mejor su propio proceso legal y ayudar a otros reclusos con reclamos individuales y colectivos. Hoy, entre sus clientes hay personas actualmente alojadas en Devoto. Lo eligen porque entiende, por experiencia, lo que necesitan.

Cepeda se graduó en 2021, cuando las medidas de aislamiento de la pandemia aún estaban vigentes en las cárceles argentinas. Fue liberado unos meses después.

Silvana Ortiz, que fue liberada de la Unidad 46 de San Martín hace un año y medio, dice que, para las mujeres, que en su mayoría son jefas de hogar, los desafíos que vienen después de salir de prisión pueden ser aún mayores.

“Cuando salí busqué trabajo por todos lados, pero no había nada. En el patronato me habían dicho que me iban a ayudar, pero no salía nada. Hay muchos casos de mujeres que por esto mismo después de salir en libertad dicen que estaban mejor en la cárcel que fuera”, dice.

Las cosas cambiaron cuando alguien le recomendó que se acercara a Esquina Libertad, una cooperativa de impresión y producción audiovisual integrada por internos y ex internos y sus familiares. Coope, como la llaman todos, se formó en 2010 en respuesta a una necesidad que habían detectado varios familiares de personas privadas de su libertad durante conversaciones que mantuvieron mientras hacían fila afuera de la cárcel de Devoto. Hoy emplea a unas 500 personas y colabora estrechamente con proyectos educativos en media docena de cárceles, entre ellas Devoto y San Martín, donde funciona el CUSAM.

La cooperativa Esquina Libertad nació en 2010 como respuesta a la necesidad de oportunidades laborales para personas que recuperan su libertad.
Actualmente unas 500 personas hacen parte de la cooperativa, que imprime desde remeras hasta libros y produce campañas de comunicación.
La cooperativa brinda talleres y trabajo en media docena de cárceles de la provincia de Buenos Aires y colaboran con centros universitarios como el CUD y el CUSAM
“El proyecto nació de la falta de políticas públicas eficaces para apoyar a nuestras comunidades”, afirma Ayelén Stoker, una de las fundadoras de Esquina Libertad. “Lo único que hace es meter a la gente en la cárcel y después los sueltan sin ningún apoyo. Esa lógica del castigo por el castigo no ayuda a resocializar a nadie, sólo aísla más a la gente”.
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CUSAM, la universidad dentro de la prisión de San Martín, es otro proyecto educativo muy centrado en lo que ocurre después del encierro.

En sus aulas, hombres, mujeres e incluso guardias estudian juntos y pueden elegir entre trabajo social, sociología o una docena de talleres. No sólo se hace hincapié en los logros académicos, el CUSAM anima a quienes estudian a utilizar lo que aprenden para desarrollar proyectos en beneficio de sus comunidades.

Una de ellas es la biblioteca pública de La Carcova, un barrio popular cercano a la prisión, creada por el sociólogo Waldemar Cubilla tras salir de la cárcel.

“Cursar una carrera en una cárcel se trata de mucho más que de estudiar,” explica Waldemar Cubilla, sociólogo y profesor del CUSAM, una universidad nacional que existe dentro de la Unidad 48 del penal de San Martin, en el Gran Buenos Aires.
Cubilla, quien nació en La Carcova, un barrio informal al lado del basurero a cielo abierto más grande de Buenos Aires, contribuyó a la apertura del CUSAM, donde estudio sociología, y ahora enseña. Más de mil personas participan en el espacio que incentiva el efecto multiplicador del estudio.
Todo empezó con una pequeña biblioteca en su celda, hasta que se dio cuenta que muchos de los internos no sabían leer. “Recibían documentación sobre sus casos y no podían entender lo que estaba escrito, así que era importante hacer algo”. Esa biblioteca fue el comienzo del CUSAM.
Cuando recuperó su libertad, en 2005, Cubilla comenzó a construir una biblioteca en su barrio.
Hoy es un centro cultural que brinda clases de apoyo, actividades y un comedor para las infancias del barrio.
“No somos una biblioteca convencional, un espacio silencioso donde podés encontrar libros todos bien organizados”, dice Gisela Pérez, Directora de la biblioteca.
“Somos una biblioteca que construye comunidad, donde podés venir a aprender pero también encontrar apoyo. Estamos tratando de ofrecer alternativas a los jóvenes que la están pasando mal”.
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Desafíos

Unas 185 personas privadas de libertad estudian actualmente en el CUD de Buenos Aires. Más de 800 cursan otros estudios en Devoto. El CUD no tiene cupo límite. El único requisito es haber terminado el bachillerato. Paradójicamente, la demanda no desborda la capacidad del espacio. El compromiso y la dinámica del lugar no son para todos.

Conseguir alumnos no es el único reto al que se enfrentan los programas educativos en el contexto de encierro. En Argentina, por ejemplo, la falta de recursos es un gran obstáculo, ya que los programas en general no tienen presupuestos propios. Su financiación depende de lo que cada facultad pueda dedicarles y, en gran medida, del compromiso personal del profesorado.

Gual afirma que cuando se recortan los presupuestos, el principal impacto se observa en las condiciones de vida en las prisiones.

“Si las condiciones de vida en las cárceles empeoran, ¿quién va a estar en condiciones de proyectar en su futuro hacer la secundaria, terminarla y entrar en un programa universitario?”, explica.

Las preguntas sobre el futuro son una constante en las conversaciones con profesores, alumnos y presos liberados. Gual afirma que, a pesar de todo, optan seguir construyendo para el futuro.

Dreisinger afirma que la lista de retos a los que se enfrentan los programas de educación en las prisiones comienza con la dicotomía entre dos instituciones que tienen propósitos opuestos: “Están las universidades, que promueven la libertad, y las prisiones, que existen para el confinamiento y los proyectos que intentan trabajar con una población que, en la mayoría de los casos, ha sobrevivido a grandes traumas.

Además, está lo que ocurre en el exterior, después de que las personas recuperan su libertad.

“"La cuestión de la reinserción es uno de los principales retos a los que se enfrentan la mayoría de los programas educativos. Se está haciendo un trabajo muy bueno dentro de las cárceles, pero en la mayoría de los casos no se hace lo suficiente para mantener el contacto con los estudiantes cuando salen y se enfrentan a los mayores retos", afirma Baz Dreisinger, periodista, autora y fundadora de Incarcerations Nations Network.

“La cuestión de la reinserción es uno de los principales retos a los que se enfrentan la mayoría de los programas educativos. Se está haciendo un trabajo muy bueno dentro de las cárceles, pero en la mayoría de los casos no se hace lo suficiente para mantener el contacto con los estudiantes cuando salen y se enfrentan a los mayores retos”, afirma Dreisinger.

La crisis también afecta a quienes se recibieron. Cepeda, quien se recibió de abogado penalista en el CUD, por ejemplo, ya tiene clientes, pero encontrar trabajo no siempre es fácil. “La experiencia en la cárcel, y en el después, es abismalmente diferente entre quienes tienen acceso al estudio y los que no. Un título no te hace más o mejor que nadie, pero te cambia la vida”, dice, mientras se prepara para volver a Devoto a visitar a sus representados, quien lo llaman porque saben que habla desde la experiencia vivida.

Ricardo Alfonso Cepeda Orozco, doctorando en gestión educativa de la Universidad de Guadalajara en México, afirma que la experiencia de las personas que han cursado estudios en contextos de reclusión es clave para animar a otras a estudiar.

“Tengo un amigo que estuvo en prisión casi toda su vida, salió y entró en la universidad. Ahora está casi terminando su doctorado y va a las prisiones en California y da clases de poesía, literatura y arte y a través de esa experiencia ayuda a cambiar la vida de otros jóvenes porque ellos son personas de su misma comunidad que lo ven teniendo éxito y varios de esos chicos ya están en la universidad o están haciendo otras cosas”.

“A medida que he visto programas educativos de mayor calidad para personas encarceladas y ex encarceladas, veo cómo personas que han sido incriminadas en lo peor de lo peor lideran la transformación social de su comunidad y, con razón, culpan a los problemas sociales que perpetuaron el encarcelamiento masivo y una creciente Estado policial violento”.

Los programas educativos luchan por mantener su espacio mientras las políticas punitivas ganan popularidad en casi todo el mundo. Quienes están detrás de los programas saben que la propuesta no siempre es popular, pero que la gente tiene que entender el beneficio que aporta.

“La gente tiene la fantasía de que cuando alguien sale de la cárcel después de 15 años viviendo en condiciones terribles y tiene antecedentes penales por otros 10 años que después de todo eso de alguna manera podrá encontrar un trabajo de oficina bien remunerado en una zona agradable de la ciudad”, dice Matías Bruno, profesor del CUSAM.

“Pero eso no es lo que pasa. En CUSAM proponemos un enfoque diferente. La educación, finalmente, es la mejor política de seguridad porque le da a la gente las herramientas necesarias para alejarse del delito.”

“La universidad me ayudó a ver que había otro camino, me sacó de ‘la cajita’, se me abrió un mundo nuevo y ver que quería ir por ahí. Veía mucha diferencia entre quienes podían acceder a la universidad y los que no. Chicos que han estudiado conmigo no volvieron a reincidir”. Eduardo Navarrette, quien estudió trabajo social cuando estaba en el instituto de menores El Salvador y ahora trabaja con juventudes como parte de ConTextos.
“Sin la educación no estaría aquí. Vengo de un ambiente muy violento y yo mismo solía ser muy violento pero la educación me ha transformado, como ha transformado a muchas personas”. Carlos Roberto de Melo, 39, de Mina Gerais, Brasil. Entró en el sistema penitenciario a los 18 años, donde estudio, primero el secundario y luego varias carreras incluyendo trabajo social y psicología. Ahora sigue siendo parte de la Asociación para la Protección y el Acompañamiento del Condenado (Apac), que propone nuevas formas de pensar el cumplimiento de sentencias.
“La diferencia entre los chicos que pueden estudiar y los que no es muy grande. Quienes pueden estudiar tienen más oportunidades de ir acoplándose a la sociedad, pensar en su fututo. Con el estudio se les abre la mente a todas las cosas que pueden hacer para no volver a los centros. La educación ayuda a resignificar la experiencia del encierro”. Dairon Herrera, 29, quien lleva trabajando con jóvenes privados de la libertad, como parte de Tiempo de Juego, desde que salió de la cárcel hace 10 años.
“Crecí en una de las comunidades más difíciles de Brasil, rodeada de vidas perdidas y familias rotas. Vi de cerca el impacto devastador de la falta de oportunidades. Fue entonces cuando me di cuenta: para romper este ciclo, teníamos que hacer algo más que señalar el error. Teníamos que mostrar que hay un camino. Un camino hacia el cambio, hacia la justicia, hacia la vida”. Cicero Alves. Fundador del Instituto Fenix de Recife, Brasil. Pasó tiempo en el encierro y ahora está terminando la carrera de Derecho.
“La educación necesita expandirse. Para las mujeres trans, hay una ausencia de política educativa desde la primera infancia, eso debe cambiar.” Dandara Zainabo Díaz, quien de define como mujer trans, negra, estudiante de Pedagogía en la Universidad Estatal de Río de Janeiro y activista. Estuvo privada de la libertad durante casi cinco años en una cárcel de varones y tuvo que pausar sus estudios porque los únicos programas disponibles eran en universidades privadas. Desde recuperar la libertad, retomó sus estudios, escribió un libro y cofundó la organización Mamatula que brinda apoyo educativo y acceso a la justicia a las familias de las personas privadas de libertad, dice que hay que expandir el sistema educativo.
"Las personas encarceladas suelen carecer de poder social y político. Al reincorporarse a la sociedad, a menudo se les niega el acceso al empleo, la vivienda y los servicios sociales. Esta falta de recursos agrava las consecuencias económicas y sociales de su encarcelamiento, reforzando su condición de ciudadanos de segunda clase y contribuyendo a la elevada tasa de reincidencia de Estados Unidos. Sin embargo, el acceso a la educación superior, tanto durante como después del encarcelamiento, puede ayudar a mitigar estas barreras y ofrecer oportunidades de éxito a largo plazo." Danny Murillo, Director Asociado de Berkeley Underground Scholars, quien estudió durante su reclusión en régimen de aislamiento en Pelican Bay, Estados Unidos.
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Este artículo se ha publicado con el apoyo de la Bard Prison Initiative.