Por: Josefina Salomón Ilustración: Sergio Ortiz Borbolla
Después de ver el impacto del crimen de primera mano trabajando 20 años como policía y en áreas de inteligencia en Chile, Pablo Zeballos comenzó a dedicarse a la investigación de organizaciones criminales transnacionales. Dice que nunca vió un momento de transformaciones más aceleradas en América Latina, donde organizaciones criminales, favorecidas por la falta de coordinación de los gobiernos, están tomando el rol de los Estados.
Josefina Salomón (JS) En tus análisis hablas de una nueva etapa en la evolución del crimen organizado en América Latina ¿Cómo es esta nueva etapa y cómo llegamos hasta aquí?
Pablo Zeballos (PZ): En la evolución del crimen organizado hay una primera etapa muy marcada que es la del surgimiento del cartel de Medellín, donde las estructuras criminales desafían al Estado, entran en guerra con el Estado. Posteriormente, el cartel de Cali, muy fragmentado por los carteles mexicanos, se da cuenta que la guerra contra el Estado no es un buen negocio y que, en realidad, lo importante es “comprar” al Estado, corromperlo. Luego hay una tercera oleada donde los Estados empiezan a ser criminalizados completamente. Ahora estamos en una cuarta ola criminal donde el control territorial es tan fuerte en algunas zonas que para algunos gobiernos débiles las organizaciones criminales son el socio y el aliado más confiable que pueden tener para mantenerse en el poder, para regular la violencia. Son modelos que hemos observado desde hace bastante tiempo en Brasil, por ejemplo, con el PCC (Primer Comando da Capital) en São Paulo y en algunos países como El Salvador.
JS: ¿Cuáles son estos Estados más débiles? ¿Cuáles son sus características?
PZ: Los Estados débiles son los que existen en sociedades muy divididas, donde hay poca tolerancia a conversar y donde las propuestas no tienen ninguna lógica, porque a pesar de que algunas puedan sonar bien para el ciudadano que quiere tranquilidad, muchas son impracticables. ¿Cuántas veces hemos escuchado propuestas para hacer más cárceles, cerrar fronteras, expulsar a todos los migrantes? Esas no son propuestas que puedan ponerse en práctica, entonces, se generan expectativas en la población que puede generar desconfianza completa del sistema político y abrir oportunidades al propio crimen organizado para decir: “Mira, el único que puede regular la violencia somos nosotros. Negocien con nosotros”. ¿Y qué es lo que ofrece un Estado para negociar? Ofrece lo que nunca en la historia del crimen organizado se le había ofrecido: todo el aparato estatal, todo el sistema bancario, todo.
JS: ¿Cómo entran las cárceles en esta dinámica?
PZ: Las cárceles son el motor, la incubadora de las organizaciones criminales de América Latina. Creo que hay un punto general en casi todos los países de América Latina donde los gobiernos tratan de satisfacer esta necesidad de mayor seguridad metiendo mucha gente a la cárcel pero, sin una segregación criminal, lo que están haciendo es sumar gente a un proceso de reclutamiento de pandillas mayores. La única forma de destruir las estructuras criminales es generando recintos penitenciarios que fomenten, por ejemplo, los arrepentidos o que ayude a los que tratan de salir de estos grupos criminales.
Creo que hay otro factor común que es la corrupción de los sistemas de los guardias penitenciarios y la falta de interés en ellos. Aunque la mejor inteligencia podría provenir de ahí, hoy hay un gran cortocircuito entre el servicio penitenciario y las fuerzas de seguridad. Tengo la impresión que los servicios penitenciarios en América Latina son vistos como una especie de hermano menor por los organismos policiales pero teniendo en cuenta que las organizaciones se desarrollan en las prisiones, ese es un discurso que habría que cambiar.
JS: En este contexto que describes surge Chile, que por muchos años fue un país relativamente secundario en el mapa criminal regional y ahora toma un rol mucho más protagónico ¿Cómo ocurrió eso?
PZ: Yo creo que el gran problema que hemos tenido en América Latina ha sido subvalorar la delincuencia propia, creer que nuestros delincuentes no son crimen organizado. Pero si hay algo que podemos entender que es común para Uruguay, para Costa Rica, Ecuador, para lo que vemos que va a pasar en Perú, para lo que está pasando en Chile y que probablemente empiece a pasar en el noroeste argentino muy pronto es que la delincuencia local también está en un proceso de cambio, de transformación.
El delincuente local hoy entiende que tiene que replantear sus formas de operar o se lo come un pez más gordo. Sabe que necesita exhibirse y la mejor forma de hacerlo es con violencia.
S: ¿En dónde se observa esa rápida transformación en Chile?
PZ: Parte de la transformación criminal chilena tiene que ver con un fenómeno muy fuerte, que se está dando en casi toda la región, pero que no existía en Chile, que es de la exhibición. Antiguamente, el criminal trataba de evitar que alguien supiera que era criminal. Lo que estamos observando hoy día con los monolitos, de los narco funerales, es el sentirse orgulloso de tener una vinculación.
Eso genera un fenómeno muy complejo, la formación de pandillas de carácter identitario. Estas son las más férreas dentro de las estructuras criminales. Cuando tú sientes que eres parte de una pandilla de carácter identitario y te empiezas a conformar por ella, tiene códigos de ingreso, de sumisión, pero a la vez crees que todo el mundo te pertenece. Y eso es un gran problema. Porque la pregunta que uno tiene que hacerse al final del día es: ¿Cómo yo convenzo un niño de 12 años que vive en una población marginal, de que ese narco que tiene 18 y que anda en un auto nuevo, con joyas de oro, que con las zapatillas Jordan, no es el modelo a seguir, sino que el modelo a seguir está en el colegio?
JS: El gobierno de Boric ha tomado muchas acciones desde nuevas leyes a inversión presupuestaria para combatir el crimen organizado. ¿Cómo evalúas lo que se ha hecho y lo que queda por hacer?
PZ: Yo creo que Chile está muy asombrado con este ingreso tan rápido del crimen organizado y se está reaccionando y teniendo poco tiempo para entenderlo entonces creo que los esfuerzos son notables, pero habrá que ver cuál es el impacto de esas leyes y acciones.
Que disminuyan los homicidios en un país, por ejemplo, no necesariamente significa que la violencia haya disminuido, que estamos mejor. Las organizaciones criminales, cuando ya han logrado su objetivo de tomar el control territorial y ya no necesitan luchar ni contra el Estado ni contra otras organizaciones criminales, tienden a bajar rápidamente su nivel de violencia y normalmente los gobiernos sienten que lograron una gran batalla contra el crimen organizado, pero en realidad lo que ha pasado es que la organización criminal se ha asentado fuertemente.
JS: Parecería que Boric está frente un fuerte dilema con respecto al tipo de políticas a implementar que combatan el crimen pero con un abordaje que no traicione su plataforma política. Hay muchos ojos puestos en Chile.
PZ: Estamos viviendo una transformación criminal compleja en la región y una transformación criminal compleja y distinta requiere medidas complejas y distintas. Pero para poder saber qué medidas utilizar, primero tienes que comprender a qué te enfrentas. Cada país tiene particularidades, pero una de las cosas que tiene en común es que, este crimen organizado transnacional aprende y se adapta muy rápido. Mira el Tren de Aragua, avanzó de Venezuela a Chile a través de las trochas, vinculándose con organizaciones locales y así fue aprendiendo de la criminalidad colombiana, boliviana, peruana, argentina y chilena. Hoy saben más de criminalidades que cualquier experto criminal. Saben códigos, saben palabras, saben frases, saben de alianzas, conocen personas.
Entonces, el presidente Boric o cualquier presidente de la región puede ver al crimen como fenómeno propio pero la verdad es que para entenderlo hay que entender que el crimen organizado va a afectar a todos los tipos de gobierno por igual, sabe que puede convertirse en un poder paralelo que puede tener la capacidad de negociar con el gobierno que sea. El crimen organizado es poliamoroso, no le interesa con quién tiene relaciones, ni con quién se enamora, ni con quién se discula. Todo está permitido, son ideológicamente agnósticos.
JS: ¿Cuál es la solución?
PZ: Para mí la solución no son militares en la calle ni solo el aumento de leyes. Yo creo que la solución es trabajar en un diagnóstico compartido, multidisciplinario, donde la academia, los investigadores de campo, los policías, los gendarmes, todos tengan algo que decir para llegar a un diagnóstico sobre el estado de la criminalidad. Pero no solamente basado en lo que pasa en nuestro país, sino también comparado con otros países avanzaron hacia esto, entendiendo que tienen lógica propia.