Texto: Josefina Salomón / Ilustración: Sergio Ortiz Borbolla
Su trabajo no siempre es popular, pero eso no detiene a Baz Dreisinger. Su organización, que comenzó como un proyecto de educación superior en prisiones en Estados Unidos, la llevó a visitar cárceles en todo el mundo desde Brasil a Noruega, Ruanda y Australia, explorando lo que funciona, y lo que no. Hoy, Dreisinger es parte de un movimiento global que promueven formas alternativas de justicia que incluyen reparaciones y estrategias de reinserción social.
Habló con In.Visibles sobre justicia, prisiones y lo que puede deparar el futuro.
In.Visibles (IV): El entendimiento del impacto de las prisiones parece haber crecido en los últimos años, sin embargo, el uso de las prisiones está aumentando en todo el mundo. ¿A qué cree que se debe?
Baz Dreisinger (BD): Creo que cuando hablamos de “sabemos estas cosas” debemos preguntarnos quien es ese “nosotros.” Desgraciadamente, puede que sean personas de la academia, quienes están en el ámbito del periodismo, presionando sobre estas cuestiones y planteando preguntas, pero estos son temas que no están calando lo suficiente en la comunidad. En general, creo que, como consecuencia de ello, los políticos tienen que jugar la carta de la “mano dura contra la delincuencia” y la de “construir más prisiones porque así estaremos más seguros”.
Es fácil para ellos engañar a las masas porque las masas no son conscientes de las cosas de las que quizás sí son conscientes las personas que trabajan en este espacio. Así que creo que gran parte del trabajo que hay que hacer es educar al público sobre por qué las prisiones están lejos de ser la respuesta y por qué la justicia punitiva no es la respuesta. Una vez que eso ocurra, los políticos tendrán que vender una agenda diferente. Y puedo hablarles de muchas experiencias de colaboración con gobiernos de distintas partes del mundo en las que se les puede explicar muy claramente cómo es un enfoque de seguridad mejor que el de las prisiones y las cárceles. Y ellos te escuchan y dicen: “sí, esto tiene sentido, incluso tiene sentido fiscal”. Pero, al fin y al cabo, la gente no quiere esto. La gente quiere más enfoques de “mano dura”. Y hasta que no lleguemos realmente a las masas con este mensaje, creo que seguiremos estando en el desafortunado lugar en el que estamos.
IV: ¿Por qué cree que la gente quiere mano dura contra la delincuencia?
BD: Bueno, creo que por dos cosas: ciertamente hay un impulso vengativo, en algunos lugares más que en otros, sobre todo en lugares donde la gente está más enfadada como consecuencia de mayores índices de delincuencia, lo cual es legítimo. Nosotros tenemos presencia en Sudáfrica, así que paso mucho tiempo allí. Hay mucha amargura por los altos índices de delincuencia y corrupción del gobierno. Brasil es otro país que me viene a la mente en ese sentido. Así que las prisiones y el castigo se convierten en una forma de promulgar eso, aunque en realidad no nos esté haciendo más seguros ni les esté llevando al lugar en el que quieren vivir, a la sociedad en la que quieren vivir. Hay muchas ideas equivocadas sobre la seguridad. Existe la idea de que si somos duros con la delincuencia, si encerramos a todos los delincuentes, si reprimimos duramente a todos los que cometen delitos, estaremos más seguros.
Y también está la noción de que, de alguna manera, la cárcel va remendar una situación y traer justicia y reparaciones para la persona que ha sido perjudicada, cuando en realidad sabemos que no es así. Así que es esta horrible combinación de amargura, rabia, desinformación e ilusiones lo que lleva a la proliferación del enfoque de “mano dura contra el crimen”, el enfoque punitivo y la construcción de más prisiones.
IV: Has pasado muchos años trabajando en el sistema penitenciario de Estados Unidos y después te embarcaste en un viaje por muchos países, analizando diferentes modelos de justicia. ¿Qué descubriste y qué es lo que más te sorprendió?
BD: Una de esas cosas fue hasta qué punto el sistema estadounidense se ha “copiado y pegado” en todo el mundo. Creo que intelectualmente una sabe esto, pero cuando lo veo una y otra vez, tanto si estoy en Kigali como en Santiago de Chile, y veo literalmente una versión de la misma prisión con su fachada de castillo anticuado simplemente colocada de un país a otro, creo que realmente una se da cuenta de que la justicia y la innovación no se están produciendo en todo el mundo. Es cierto que muestra la influencia de Estados Unidos, pero también pone de manifiesto lo anticuado de este enfoque. Si tratáramos a la gente en hospitales con la misma estructura que en el siglo XIX, sería ridículo. Y, sin embargo, seguimos funcionando con un sistema de justicia que se remonta a esa época y a veces incluso más atrás, que no tiene ninguna relevancia para tantos países en los que existe, que sólo está ahí debido a los legados del colonialismo.
Otra cosa que llama la atención es lo parecida que es la crisis de un lugar a otro. A pesar de los diferentes contextos culturales, muchas de las crisis carcelarias son exactamente iguales. Por otro lado, gran parte del genio que existe entre rejas también se parece.
IV: Gran parte de su libro trata de ejemplos de países que intentan hacer las cosas de forma diferente. Me interesó mucho el ejemplo de Noruega, pero también el de Australia, a pesar de todos los retos a los que se enfrenta el país en muchos aspectos.
BD: Sí, Noruega es el sospechoso habitual. Todo el mundo tiende a señalar a Noruega y Escandinavia. Pero creo que uno de los mensajes del libro, teniendo en cuenta a Australia, que en general no está en una buena situación, con encarcelamientos masivos y enormes disparidades raciales en términos de personas aborígenes encarceladas, es que hay focos progresistas en lugares donde uno menos se lo espera. Todo el mundo tiende a preguntarse: “¿cuál es el país perfecto en lo que respecta a los sistemas de justicia?”. No hay ninguno. Sí, creo que Noruega, Finlandia, Alemania, tienen algunas prácticas muy, muy progresistas. Pero incluso en países en los que hay muchas cosas no tan buenas, hay focos de trabajo progresista. Y de ahí algunas de las cosas que vi en Australia, incluso algunas de las cosas que vi en Singapur, que no es un lugar en el que uno piense cuando piensa en la justicia progresista per se, pero sin embargo parte del trabajo que hacen en la reintegración es enormemente innovador.
Veo a Colombia ahora mismo como un lugar sobre el que no escribí en mi libro, pero lo veo como un líder en prácticas innovadoras. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer en lo que respecta a las prisiones y al problema del encarcelamiento masivo. Pero veo una innovación increíble en el ámbito de la justicia reparadora y la reinserción. La clave es no escribir un país con una sola pluma, sino reconocer que hay muchos hilos.
IV: ¿En qué medida dependen los nuevos enfoques de la disponibilidad de recursos?
BD: Los recursos importan, pero no creo que lo sean todo ni mucho menos. Señalo a Colombia como un ejemplo perfecto de cómo se están llevando a cabo algunos de los trabajos más progresistas en materia de justicia restaurativa en cualquier parte del mundo en este momento, y no lo están haciendo con un gran presupuesto. El establecimiento de la justicia restaurativa en Costa Rica, su programa nacional de justicia restaurativa, tampoco cuenta con un gran presupuesto. Creo que a veces no reconocemos que mucho dinero puede corromper un espacio, pero la cantidad adecuada de apoyo con las cantidades adecuadas de genio y motivación lo es, creo, todo.
IV: En su libro dices: “castigar es mirar hacia atrás, perdonar es mirar hacia delante”. ¿A qué te refieres?
BD: Los dos primeros capítulos del libro están ambientados en Ruanda y Sudáfrica, dos países que tienen un legado de justicia reparadora y uno de gran tragedia y crisis en sus núcleos nacionales. Se trata de hacer que la gente se replantee la idea de que hay que responder al daño con daño, que es lo que es un sistema penitenciario. En el fondo, se trata de decir que has hecho daño a alguien, así que vamos a responderte haciéndote daño a ti. Utilizamos el término corrección, pero eso no es lo que es. Es un “departamento de castigo”, no un “departamento de corrección”. Mientras que si pensamos en cómo restaurar si nos centramos en la persona que ha sido dañada o en la gente que ha sido dañada en un sistema de justicia y preguntamos: “¿cómo restauramos lo que se perdió?”. Y hacemos que no se trate de castigo sino de rendición de cuentas, de modo que la persona que ha sobrevivido al daño esté en el centro del proceso y el individuo que ha causado el daño tenga que rendir cuentas y crear un sistema por el que pueda hacer efectiva esa rendición de cuentas.
En eso consiste realmente la justicia para quienes hacemos este trabajo e imaginamos un mundo sin prisiones y nos llamamos abolicionistas, ya que consideramos que la justicia reparadora es fundamental para ello. También se trata de crear oportunidades para que la gente sea menos propensa a delinquir porque tiene recursos, apoyo y oportunidades. Pero cuando se produce un daño, no hay que responder aumentando el daño, porque sabemos que eso perjudica a la gente.
IV: El sistema actual parece centrarse especialmente en los más marginados de la sociedad…
BD: Por supuesto. En todas partes del mundo existe ese “otro”: La persona que ha sido designada como desechable, ya sea por su raza, su género, su clase social, su orientación sexual… Son personas desechables y son casi los chivos expiatorios de la sociedad, donde se pueden llevar a cabo todos los rituales para deshacerse del grupo que ya no queremos. Es muy ritualista. La cárcel está llena de rituales, es en sí misma un ritual. Y los rituales no suelen tener sentido, como tampoco lo tienen las prisiones.
IV: ¿Cómo afectan la cárcel y el sistema de justicia penal a las mujeres?
BD: Creo que en muchos países las mujeres importan menos y por eso, sencillamente, son más desechables y por tanto pueden ser encarceladas más fácilmente. Pero también creo que, como estamos hablando de países profundamente afectados por la guerra contra las drogas, las mujeres son en su mayoría víctimas de ella como una especie de soldados de infantería a menudo indefensos. Lo vemos, especialmente en América Latina y el Sudeste Asiático, donde esta combinación de misoginia y mujeres desempoderadas, un comercio de drogas muy fuerte y malas relaciones lleva a que las mujeres sean encarceladas, a menudo por una cantidad muy pequeña de sustancias o un bajo nivel de implicación en el comercio de drogas, lo cual es en sí mismo trágico e injusto. La inmensa mayoría de las mujeres encarceladas son madres y, a menudo, tienen tareas de cuidado, por lo que estamos hablando de toda una generación que transmite este trauma generacional a la siguiente. Es una cuestión muy importante.
IV: ¿Qué ocurre cuando las personas que han estado encarceladas salen de prisión?
BD: De todas las cuestiones que trascienden las fronteras en relación con la prisión, la crisis de la reintegración es probablemente la mayor de ellas. Es realmente la misma crisis de un país a otro, en la que la gente es arrojada a la calle, sin trabajo, sin vivienda, cargando con una enorme cantidad de traumas y siendo discriminada, estigmatizada en todo momento. Y es una de las razones más obvias por las que el sistema penitenciario es absurdo. No funciona. Simplemente se almacena a la gente, se traumatiza aún más a una comunidad ya traumatizada, se les echa a la calle en un mundo que no les acepta, y luego se espera que no cometan delitos y que simplemente sigan con sus vidas. Es algo totalmente ridículo. Por eso, en muchos aspectos, la cárcel fomenta la delincuencia y perjudica aún más a las comunidades, porque vuelve a traumatizar a la gente y crea todo un grupo de ciudadanos de tercera clase. Ya eran de segunda clase por ser “otros” en cualquier aspecto, y ahora son “otros” y es legal discriminarlos en todos los aspectos.
IV: En muchos países hay organizaciones que dirigen programas de apoyo a quienes salen de prisión, usted fundó uno en Estados Unidos…
BD: Sí, el Prison to College Pipeline Program de Estados Unidos es un programa universitario en la cárcel que también garantiza a estudiantes una plaza en la universidad cuando vuelven a casa tras salir de prisión. Y ha tenido un enorme éxito en los últimos 13 años. Tenemos muchos graduados y no es el único de este tipo. En los años transcurridos desde que lo fundé, han florecido muchos otros en todo Estados Unidos, lo cual ha sido maravilloso. El retorno del apoyo federal a este tipo de programas en los últimos años y el papel que pueden desempeñar las universidades en la construcción de comunidades más seguras en todo el mundo es tremendo.
Debo decir que no se trata de “cortar y pegar”. He participado en la fundación de programas del tipo “de la cárcel a la universidad” en otros países, concretamente en Sudáfrica, Jamaica y Trinidad, pero no son idénticos al de Estados Unidos. No se trata de eso. La idea es que las asociaciones creativas entre cárceles y universidades ofrezcan oportunidades reales a las personas que están en prisión para que vuelvan a casa y construyan la vida que se merecen.
IV: ¿Cómo sería un mundo sin prisiones?
BD: Creo que un mundo sin prisiones sería un lugar de oportunidades, un lugar de verdadera equidad. No sería un lugar capitalista. Sería un lugar en el que todas las personas pudieran satisfacer sus necesidades, en el que ninguna persona se quedara sin nada, marginada o estigmatizada. Y hay verdaderas oportunidades para todas las personas. Hay atención sanitaria para todas. Hay acceso a la educación para todas. No hay una división masiva entre quienes tienen y quienes no. Y, sobre todo, hay una comunidad que se preocupa por los demás y por lo colectivo por encima de lo individual. Y ese es el mundo por el que trabajo.
Esta entrevista ha sido editada para mayor claridad y extensión.